Sky Club Condominios

Ubicados en una de las zonas mas privilegiadas de Tegucigalpa,
con una vista de 360 grados de toda la ciudad…los mejores
apartamentos a tu alcance, de arquitectura moderna y
materiales de primera.

El barrio El Pastel se distingue claramente.
la oreja destella en su manso fluir,
los derrumbes de El Reparto caen despaciosos
y la masa de Choluteca esboza un mar
de alquitrán y asco.
El Berrinche, lleno de huesos, se abre majestuoso,
La Burrera pare niños tornilleros
y el dinosaurio de la San Miguel
da un paso lleno de polvo
que hace inclinarse aún más
las precarias fachadas de La Guasalona.

Al mismo nivel del Cementerio Sipile
un zopilote carga una bolsa plástica,
tres asesinos huyen por el Álvarez
y las cobijas manchadas de sangre
se orean en las terrazas del Seguro Social.

Por 280,000 dólares y espacios totalmente amueblados
no se podía esperar menos,
la miseria tiene vistas inéditas,
360 grados de lejanía
y una membresía eterna
para quedar ciego
apenas pongás un pie en el suelo.

Fabricio Estrada

Mirar la ciudad

La recepcionista del hotel tenía rasgos garifunas, guapa ella, un poco extrovertida, “es primera ves…!”, me preguntó sin mediar palabra y sin esperar a que le respondiera me apuntó: “esta ciudad hay que mirarla…!”

Mirar la ciudad en que uno vive, pensé, es como mirarse el ombligo, es como caminar en círculos sin encontrarse la cola, los pies o la cabeza, es como verse fijamente al espejo y decir casi sin pensar, ¡ hombre, no estamos tan mal…!, reaccionar milésimas de segundo después y sonreír intentando disimular una cana, una verruga, un bache.

Mirar la ciudad en que uno vive implica un ejercicio de introspección, de autocrítica, de amor-odio, pasa por el abrazo cálido y tierno, aquel solidario con el que abrazamos los escombros dejados por el Mitch, pasa por maldecir la mugre y el desorden en una geografía siempre quebrada y accidentada.

Mirar la ciudad en la que uno vive con la disciplina y la rigidez arquitectónica de las tipologías de los Becker o la óptica grandilocuente y monumentalista de la flamante nueva escuela fotográfica alemana, (Andreas Gursky, Thomas Ruff y compañía). Podría resultar en el contexto centroamericano, en un fuera de lugar disonante y hasta absurdo. Quizá sea mas conveniente mirarla con el desenfado con que Nabuyoshi Araki ve el Tokio de sus dolores, real y sin aspavientos.

Sin duda el espacio urbano se presenta en la fotografía contemporánea como un escenario rico en posibilidades de abordajes y lecturas, un escenario inagotable como el de aquel primer daguerrotipo de un París confuso y borroso, como nuestra Tegucigalpa de hoy, confusa y borrosa.

walterio iraheta · curador
OBRA

alejandra mejía



adán vallecillo


darwin andino

celeste ponce


fabricio estrada



jorge restrepo




fernándo cortéz



gabriel galeano



lester rodríguez


leonardo gonzalez


dalia chévez



andres asturias




notas breves

sobre las obras.

Las fotografías de Adán Vallecillo, sugieren la idea de una ciudad circundada por la muerte, un cementerio como lugar de recreo y de trabajo, un grupo de jóvenes-niños que trabajan limpiando tumbas y en sus ratos libres practican Breack Dance, se puede vivir entre la muerte, se puede comer junto a la muerte, se puede trabajar junto a la muerte y tal como él lo muestra en esta serie, se puede bailar junto a la muerte.

La muerte es también un de los ejes en la propuesta de Leonardo González, el artista propone mirar la ciudad desde una cartografía fatal que nos es común a la mayoría de las capitales centroamericanas, azotadas por una ola violencia siempre en aumento. González convierte en grandes mapas los informes estadísticos de homicidios ocurridos en Tegucigalpa, marcando de esta manera la ruta de la violencia cuyo norte mas frecuente es la muerte.

En la serie “Camuflash”, Fabricio Estrada nos introduce en el ambiente subterráneo de la ciudad, una Tegucigalpa paralela, a veces pastosa, a veces sórdida, cargada de personajes que solo aparecen tras el velo de la oscuridad, ambientes que se van convirtiendo en válvulas de escape de una realidad postiza e ilusoria. La noche se presenta como escenario, y los actores son siempre los mismos, putas, travestis, drogadictos y locos, artistas que él hace brillar con la luz del flash de su pequeña cámara.

En Celeste Ponce, la visión de ciudad no esta lejos de su imaginario artístico personal, el erotismo al que ya nos tiene acostumbrados aparece en la relación ciudad-cuerpo, institución-poder. Un falo o un seno se mezclan con detalles arquitectónicos y religiosos, dando como resultado imágenes perturbadoras.

Muchas veces hemos escuchado decir “esta ciudad es un basurero”, para referirnos al lugar en que vivimos, Fernando Cortéz nos lo recuerda de forma poética, construyendo un horizonte de contenedores de basura, metáfora del nuevo paisaje quizá, metáfora del presente quizá o del futuro, quizá.

En Alejandra Mejía se percibe un sentido del humor fino, a través de imágenes sencillas, va tejiendo comentarios sobre la urbe que van desde los “Blue birds”, esas destartaladas unidades del transporte público que contaminan un cielo poblado de pequeños pájaros azules, hasta una irónica edificación, (Obelisco), que retrata muy bien la utopía del urbanismo tercermundista.
Es ese mismo sentido del humor el que se encuentra en la pieza MACHO, Museo de Arte Contemporáneo Hondureño, del artista Darwin Andino, un comentario mordaz, irónico y hasta un tanto cínico, la postal soñada de una ciudad poco acostumbrada a soñar.

La fotografías de Léster Rodríguez, nos recuerdan momentos de un pasado todavía reciente, los conflictos armados en los países centroamericanos, hacía la década de los 80´s eran muy frecuentes las imágenes de aeronaves del ejercito cruzando los cielos de nuestras ciudades en actitud amenazante, como aves vigilantes de un estado de queda en ciudades sitiadas.

Mas allá de la referencia de Saint Exupery y sus baobads, encontramos en la propuesta de Gabriel Galeano, una lectura del nuevo paisaje pos industria, con un juego simple de sustitución Postes de alumbrado eléctrico por árboles, nos propone un bosque plantado por esta nueva especie que como en los planetas visitados por el principito, echaban raíces que se extendían por la superficie hasta carcomer todo a su alrededor.

la contemplación, la observación, la disciplina, la obsesión y la reiteración, mirada de científico es la manera en la que Jorge Iván Restrepo aborda este propuesta y la convierte en un ejercicio que nos acerca con detalle a los microcosmos que yacen detrás de la una maya para insectos, convirtiéndola en una serie de abstracciones de lo que pareciera ser ventanales en edificios de una gran metrópolis.

Quien haya pasado una noche en la capital de Guatemala, sabrá que nadie necesita despertadores en una ciudad con el aeropuerto dentro, un crujido de turbinas a corta distancia bastará para sacarlo de su sueño mas profundo y traerlo de nuevo a la realidad de una ciudad que se despierta con el sonido de los aviones, nos referimos a la obra sin título de Andrés Asturias.

Finalmente, Dalia Chévez , en la serie “Casa tomada”, intenta mostrarnos en horas de la madrugada, zonas destinadas para el esparcimiento público, que han sido “tomadas” por grupos de pandillas. Parques, rotondas, jardines, bancas, juegos mecánicos que en otro tiempo evocaron reuniones familiares de fin de semana, ahora convertidos en territorio de asaltos, venta de droga y domicilio de vagabundos. Sus tomas oscuras, iluminadas a penas por un pequeño flash nos crean sensaciones contradictorias de dramatismo y nostalgia, una atmósfera lúgubre, extraño paseo nocturno por la memoria.

la ciudad que dejamos atrás

La ciudad que dejamos atrás no tiene seguridad ontológica.

Los problemas que aquejan a las actuales ciudades, nos han ido alejando de las reflexiones en torno al origen de las mismas. Pensar el origen de la ciudad implicaría referirse de entrada a la memoria. Sin embargo, esto pondría el énfasis en los objetos y en las obras. Es difícil encontrar el origen único de un espacio que es ante todo el tejido de otros espacios y tiempos que han configurado los innumerables rituales que dan existencia al (des)orden construido. Toda lectura del pasado de una ciudad es necesariamente fragmentada y no se orienta a la construcción de una historia global sino a una arqueología que se arma a partir de problemáticas y desde el presente. Lectura de la que me siento incapaz de realizar.

Prefiero hablar del origen de la ciudad desde una mirada más simbólica. Diré que en el principio fue el pálpito y la sospecha. Pienso en aquella extraña costumbre del urbanista que construye sus ciudades sobre un símbolo: una nube detenida en las cercanías de las aguas amargas de un antiguo lago, el pico humeante de aquella montaña, la huella desvanecida de las gaviotas, el heráldico del nopal que sustentaba una águila devorando a la serpiente, el niño mirando fijamente un punto lejano, la mujer que lloró cuando descubrió la distancia.

¿Qué palpito inspiró al urbanista que construyó la ciudad que hoy habitamos? ¿Con qué agua fresca sació su sed de anhelo? No lo sé. Ante la naturaleza de una ciudad tan confusa como la nuestra es difícil saberlo. Tampoco nuestro modo cotidiano de vida nos da pistas al respecto.

Generalmente, nunca nos percatamos de que la ciudad existe. No se trata de la consecuencia de una desilusión, sino de una evasión. Olvidamos que llevamos en nuestra espalda, como el ángel sus alas, la ciudad que hemos hecho. Por eso vivimos en lo alto y hacia los márgenes, donde la atención solo puede fijarse en el cielo, borrándose toda otra motivación del paisaje.

Posiblemente nuestro símbolo sea el cielo, eso explica el hecho de que nuestras calles no sean calles sino cuestas. Nacimos de y con la contemplación del cielo de la misma manera en que la pirámide precolombina lo hizo del volcán.

Y al ver al cielo lo que hacemos es desalojar a la ciudad de su lugar, o darle un lugar secundario como significante, como si ella mirara hacia otro sitio fuera de sí, como si su construcción se pusiera en movimiento, como si fuera una traducción o una metáfora de otra cosa, algo extraño a nosotros. Nada nos resulta verdaderamente originario en esta ciudad, porque todas sus construcciones son ya la huella de algo, la memoria de algo ya sido que no termina de convocar a sus habitantes. Lo que aquí se ha dado en llamar casco histórico es algo que se constituye en retazos, fragmentos de origen diversos e insuficientes para alcanzar una lógica del devenir urbano. Está claro que no hay permanencia en parte alguna, y que esta ciudad es una ciudad sin asideros fijos, un universo sin puntos de apoyo definitivos, sin perspectiva, sin seguridad ontológica, y que a diferencia de las cosas, objetos, monumentos y edificaciones, sólo nosotros pasamos por delante de todo como aire que cambia. La ventaja de vivir en esta ciudad, si podríamos llamarle así, radica en el hecho de no tener nada propio, eso vuelve más interesante la posibilidad de reinventarnos. Por eso observamos al cielo, porque anhelamos ver que lo que dejamos atrás también se reinvente.

Allan Núñez/ 21.05.09

Tegucigalpa o la metáfora del Rincón

A propósito de ciudad imaginada
Por Carlos A. Lanza

Aquí siempre se es triste sin saberlo.
Nadie conoce el mar
ni la amistad del ángel.

Roberto Sosa
(Del poema “Tegucigalpa”)

Tenemos la tendencia a definir la ciudad como espacio pero también pueden ser la negación del mismo, es decir, ciudades que se anulan en sus propias coordenadas; ese vértigo lo sentí cuando vi por primera vez Tegucigalpa. En realidad, nuestras ciudades viven presas de una falsa idea de modernidad, creemos que amontonar moles, construir aparatosos edificios de apartamentos o improvisar las llamadas “Zonas Rosas” nos hace más metropolitanos. Esta aglomeración desmedida ha generado en el tegucigalpense una idea marginal de esparcimiento: el rincón. El rincón es una metáfora que expresa una sensación de automarginación o anhelo de reencuentro en una ciudad que masifica la convivencia de manera brutal. Allí está el “Rincón Catracho”, “El Rincón” a secas; ya en los años cuarenta la “Magnolia”, un popular bar de la época, era una especie de rincón; famoso fue el bar “Don Moncho”, el que manejó Donna, una mujer más conocida que el parque “La Libertad” de Comayagüela; si al parque “La Libertad” se le conoce como el “rincón de los ladrones”, al bar “Don Moncho” se le conoció en los años noventas como el “rincón de los artistas”; “Tito Aguacate” es un rincón muy tradicional en el centro de la ciudad, el “Callejón del olvido” en el barrio “La Holla”, es una especie de rincón ubicado en el centro al igual que el “Duncan Mayan,” lugar donde lentamente se deterioran dos murales de Arturo López Rodezno, pintados entre 1940 y 1944.
Estos espacios ubicados en el centro histórico son símbolos de un pasado que constituyó el imaginario urbano- social de una época pero hoy, bajo una ciudad moldeada por la ingeniería light, han quedado reducidos a la idea de tabernas con un público cautivo con el que terminas haciendo una especie de logia entre guaro y cigarros.

A veces tratamos de construir una imagen idílica de la ciudad, hacemos esfuerzos por convertirla en postal turística, esta manera de ver el espacio urbano es como barrer la basura y esconderla debajo de los muebles; Tegucigalpa en realidad es la ciudad meada, cagada, arrojada, basureada, rajada y podrida; para huir de esa realidad buscamos arrinconarnos en burbujitas donde no pasa nada como “Cafémanía”, “Café Americano”, “Friday”, etc. No niego el carácter agradable de estos espacios pero no son Tegucigalpa, son la antítesis de una ciudad desbordada por lo pestilente y catastrófico; este espacio sórdido, vulnerable y mal oliente es la atmósfera que envenena la desesperanza social de esta cuidad tendida entre puentes que no llevan a ningún lugar, vivimos en una ciudad circular que encierra el aire y el alma de sus habitantes; Roberto Sosa en el poema “Tegucigalpa” dice: “en cada puente pasa la gente hacia la nada/y el silbo del pino tiene un eco de golpe.” David Moya Posas la percibe como “Esta ciudad partida por un río de agonizantes músicas” o como “un hueco de cal regado de fatigas”. Ambos poetas nos hablan de la ciudad como espacio de desesperanza aunque Moya Posas, más adelante, canta en el mismo poema su anhelo de porvenir.
Pero esta idea de rincón también se expresa en la corriente de inmigrantes que pueblan la ciudad, el tegucigalpense vive con la idea de que “nadie es de aquí” y no deja de tener razón, la mayoría de los capitalinos no son capitalinos, son inmigrantes que han sobrepoblado la ciudad en busca de mejor suerte; por eso, estos se asocian, yo diría –para seguir la ruta de este ensayo- se arrinconan en “Asociación de santabarbarenses”, “Comunidad olanchana”, “Los hijos de Danlí”, “Asociación de Sampedranos”. Tegucigalpa sólo es percibida como el “cuarto donde duermo”, son raros los que la identifican como su casa, su tierra, su origen. No es casual que en temporada de vacaciones esta cuidad quede desolada, quizá sea el único momento en que los capitalinos se reconocen a sí mismos, se desarrinconan para volverse ciudadanos de un espacio que al reploblarse se anuló como urbanidad e identidad.